domingo, 22 de julio de 2012

Observo a través de la ventana los colores que caracterizan esta tierra de tejados oxidados, quemados por un sol que todo lo abrasa. Algunos son más jóvenes y le devuelven los rayos al cielo desde cristales inclinados. Quienes se encuentran bajo ellos no temen al fuego: están protegidos por el frío de sus neveras, y cuando hablan, sus palabras quedan suspendidas en el aire como nubes de humo.
Donde se acaban las tejas una línea amarilla establece el último límite. Detrás de ella no hay nada, salvo ese gris plomizo que amenaza con dejar caer todo su peso sobre nuestros cuerpos de hormiga.

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