miércoles, 24 de julio de 2013

Empecé la casa arrastrada por la inercia de los inexpertos, que al final lo acaban todo gracias a la suerte. 
Cada mañana, al despertar, había una pared nueva y se abría en ella, consecuentemente, una ventana o una puerta. Los muebles colonizaron todo, y apenas nos dejaron espacio. Cuando me dí cuenta de que habíamos dejado de ser Los Privilegiados Habitantes fue al ver mis patitas de ácaro, envuelta en una sábana. Me sentí perdida ante aquella extensa llanura blanca, y fui a buscarte para que me ayudaras a recuperar mi forma natural. Temía que en algún momento te sentaras en la cama sin saber que yo estaba allí, diminuta, devorando las escamas de mi anterior piel humana. La falta de estómago me impedía plantearme debates éticos al respecto, y me adapté en poco tiempo a la superficie suave de la colcha. 
Agradecí por primera vez tu manía de bajar siempre tanto las persianas y maldije la nota que te dejé sobre la mesa, unas horas antes, recordándote que hicieras la colada.

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